Ante Nauman. Ante nosotros
Crítica publicada en diario SUR (20/07/2019)
Es esta exposición una auténtica oportunidad para adentrarse, con amplitud y rigor, en la obra de un artista insustituible como Bruce Nauman
‘Bruce Nauman. Estancias, cuerpos, palabras’
La exposición: casi un centenar de obras, de muy distintas disciplinas (instalaciones, ‘environments’, esculturas, vídeos, dibujos, obra gráfica, fotografías, instalaciones sonoras o neones) y de un amplísimo arco cronológico, desde los años sesenta, ocupan las salas de exposiciones y distintos espacios inusuales del museo. Comisarios: Eugen Blume y José Lebrero. Lugar: Museo Picasso Málaga. San Agustín, 8, Málaga. Fecha: hasta el 1 de septiembre. Horario: julio y agosto, diariamente de 10 a 20 h.
Simplemente, las circunstancias pueden otorgar a una iniciativa, pongamos que a esta exposición de Bruce Nauman (Fort Wayne, Indiana, EE.UU., 1941) en el Museo Picasso Málaga, la condición de oportunidad. Y es que hace un cuarto de siglo que no se desarrolla en nuestro país una individual de este creador referencial e insustituible en el arte de las últimas décadas, redefinidor de categorías como la escultura y alumbrador de fórmulas e incluso comportamientos que han hecho fortuna y que, en manos de otros, nos siguen remitiendo a él. Pero, ciertamente, esta muestra no sólo es una oportunidad por esa ‘ausencia’ del escenario español que se viene a saldar con ella, sino por cómo se salda, por la entidad, rigor y articulación de la misma, del amplio conjunto expositivo, en función a tres conceptos medulares que recorren los casi sesenta años de carrera del artista norteamericano. Es casi que una ocasión excepcional. La exposición, por ello, es profunda para con Nauman, evidenciando no sólo su trayectoria desde los inicios, también las muy distintas estrategias y la diversidad de medios y disciplinas que emplea; completísima, también, porque están muchas de sus obras imprescindibles; y brillante, al tiempo que fiel para con algunos posicionamientos suyos, al convertir al propio museo en una suma de estancias -como reza el título-, ya que se sitúan obras en lugares y espacios de paso en los que hasta ahora no se había hecho, obligándonos a recorrerlo literalmente de arriba a abajo y de lado a lado, lo que acentúa la ineludible dimensión fenomenológica de su trabajo, de la cual hablaremos más adelante. Además de lo reseñado, y a pesar de la complejidad y hermetismo de gran parte de su obra, este encuentro con Nauman se convierte por momentos en divertido, animoso y fascinante. Sin duda, la ironía, el humor y la mordacidad que desprenden algunas de sus piezas ayudan a ello, al igual que los cambiantes marcos perceptivos que construye; esto es, esas estancias y pasillos que descubrimos, en los que nos internamos y en los que nos sumergimos en condiciones lumínicas y de relación con el espacio que median y transforman nuestra percepción, animando y vivificando nuestra experiencia.
En lo señalado anteriormente reside la asunción que hace Nauman de la fenomenología de la percepción, que convierte en fundamental la contribución de nuestros sentidos, de nuestra dimensión corporal y física, de nuestra posición variable ante o en la obra de arte (instalaciones e instalaciones ambientales o ‘environments’), así como la experimentación en proceso de la obra, ya que acontece y no es un acto instantáneo, puesto que es imprescindible el factor tiempo y nuestro movimiento. Así, Nauman idea estancias y estructuras y espacios de deambulación (pasillos) en los que nos sometemos al aislamiento, a la opresión por lo angosto de los mismos o a la inmersión lumínica que generan los neones y fluorescentes, muchos de ellos animados, generando tintineos lumínicos y secuencias en las que figuras humanas y conceptos adquieren sentido merced al ritmo y alternancia. El conjunto expositivo es profuso no sólo en estancias, algunas de ellas verdaderamente aparatosas, también en la presencia del uso de la luz y de sus neones –todos los expuestos son icónicos, obras clave-, lo cual permite que proyectemos a Nauman inmerso en un posicionamiento de diálogo, aceptación y contestación –no sin cierta ironía en este caso- de algunos de los desarrollos artísticos en función al uso de la luz artificial que se producen en los años sesenta y setenta. Autores de estirpe minimalista, como Dan Flavin o James Turrell, parecen ser contestados o acentuados gracias tanto al uso ambiental de la luz como a la incorporación de contenido y semántica –el humor y la ironía son fundamentales- que excede la autorreferencialidad de algunas de esas propuestas minimalistas.
Toda obra de arte, al menos las trascendentes, aquellas llamadas a generar una adherencia, implica, en rigor, una interpelación al espectador, una exigencia a tomar partido en el desvelamiento o en la dación de sentido. Por así decirlo, generan más preguntas que respuestas. En muchos casos, esto supone un situarnos ante nosotros mismos, ante nuestras limitaciones, ante nuestras dudas o ante nuestras incertidumbres. La obra de Nauman posee esa naturaleza. Ante ella ‘nos descubrimos’. Nos descubrimos descubriendo, entendiendo cómo somos nosotros, merced justamente a lo fenomenológico, a la comprensión que sin la mediación de las experiencias corporales no podría ser posible, los que estamos llamados a significar la obra y otorgarle un ‘alcance’, cuestionarnos nuestro lugar en ese proceso, nuestro rol como mero espectador, y cuestionar incluso la propia obra. Sin duda, ello es conflictivo para nosotros, pero absolutamente revelador. En ocasiones llegamos a descubrimos literalmente, ya que acudimos a monitores perdidos en pasillos angostos y según nos acercamos asistimos, en una suerte de ‘mise en abyme’, a nosotros mismos asistiendo.
Esa problematización de la obra de arte y de nuestro lugar ante ella se reproduce en algunos de sus vídeos que toman ‘performances’ realizadas desde los años sesenta. Nos situamos ante ‘video-performances’ de amplísimo metraje en las que se que subyace la ‘amenaza’, o a veces es literal puesto que se recoge en el título descriptivo, de presenciar una repetición de actos o la presencia inmóvil de cuerpos, lo que generaría cierto hastío y frustración, incomodándonos por lo aparentemente fútil e intrascendente y provocándonos la toma de una decisión y postura frente a la obra. Esto, el carácter ‘performátivo’, introduce nuevamente la presencia del cuerpo. Nuevamente porque en lo fenomenológico, lo corporal era indispensable. Aquí, en las ‘performances’, Nauman proyecta el cuerpo también como materia y objeto escultórico, constituyéndose en una piedra angular de una genealogía en torno a este comportamiento en la que participan otros autores como Gilbert & George; también, es susceptible de generarse lazos con acciones sencillas, aparentemente vacuas y reiterativas de Fluxus o Vito Acconci. Todo ello lo proyecta como una figura trascendental y constitutiva de nuevas prácticas y comportamientos surgidos o redefinidos en la segunda mitad del XX. El cuerpo y lo humano, como vemos en algunas de sus esculturas, se escenifica mediante registros grotescos y expresivos. Con todo lo dicho, no es de extrañar su interés en pos de un ejercicio escultórico en el que la propia condición, la definición y las especificidades de esta disciplina sean erosionadas y transgredidas, alumbrando nuevos escenarios
Por último, no podemos obviar la importancia del lenguaje, con la presencia sistemática de lo verbal en sus neones, el empleo de tropos o el uso del ‘título como anclaje’, como una especie de descripción económica de lo que se ve, como una suerte de ‘ekphrasis’. En ocasiones, su práctica es propia de lo conceptual tautológico por esa correspondencia entre imagen y palabra. Pero el lenguaje no cabe ser entendido únicamente en lo verbal, también en otras dimensiones no verbales de lo lingüístico. El cuerpo vuelve a emerger aquí como un espacio paralingüístico y de experimentación. Ese cuerpo que se sitúa ante.